Desde muy pequeño me enseñaron a respetar a los mayores a comportarme con ellos de una manera correcta y con toda la educación que fuera capaz. Tal respeto pasaba por hablarles de usted, siempre había que hacerlo de una forma cotidiana y normal. Siempre que te mandasen a hacer algo tu debías de obedecer. También cederles el paso al cruzar la calle e incluso ayudarle a cruzarla. Dejar que los mayores puedan ir dentro de la acera y que si hubiera lugar a bajarse serían los más jóvenes los que lo hicieran. Avisar en todo momento de nuestra situación y de nuestros movimientos a través de los intermitentes. No querer ser el primero a costa de ponerte delante en las colas de espera. No irrumpir en los lugares públicos de modo agresivo, protestando por todo y exigiendo sus derechos, sin ni siquiera haber intentado saber nuestras obligaciones. Por eso, todo esto, cada día que pasa lo hacemos menos gente y peor hecho. Pero deberíamos, de vez en cuando, pararnos a pensar que todo cambiaría por completo si hiciésemos cada día un mínimo de esfuerzo. Yo desde aquí desde mi conciencia desearía que de vez en cuando nos reflejásemos en la educación, respeto y obediencia de antaño, qué precioso era todo, y que mal suena esa falta de respeto que nos muestran las nuevas generaciones.
